La nueva presidenta tiene el reto de hacer de la petrolera una empresa próspera y sin presupuesto del gobierno.
Desde hace más de un año, el equipo de la candidata a la presidencia Claudia Sheinbaum ya esbozaba un plan de trabajo para Petróleos Mexicanos (Pemex). La gente cercana a la morenista ya sabía que no se podía seguir con el mismo plan obradorista, que debían abrir –de alguna manera– las actividades a la iniciativa privada y que esta vez no podían dejar que la ideología estuviese por encima de la operatividad de la compañía.
“Creo que somos un equipo incluso más ideologizado, pero con conocimiento del tema, y entonces eso es un cambio radical a la hora de tomar decisiones”, dice una de las fuentes del equipo.
Hacia adentro, y desde hace meses, ya se hablaba de abrir la vertical de producción de hidrógeno, de seguir impulsando Dos Bocas, de bajar las metas de producción de petróleo crudo, y muchas otras ideas. Y creían que debían continuar con el “segundo piso” del rescate a la petrolera, pero con algunos matices, la transición energética está ya encima de todas las industrias, y mucho más si se trata de las petroleras, y eso retumbaba en las pláticas.
Pemex tiene una mala fama en el mercado por sus bajas calificaciones en los criterios ASG (ambientales, sociales y de gobernanza) y eso le quita la facilidad de ser autónoma ante los mercados.
El equipo ya estaba conformado y caminaba sin contratiempos, con el académico Jorge Islas al frente. Pero el balde de agua fría llegó el día en que uno de los consejeros de la estatal les desglosó la actual situación financiera de Pemex –la deuda, el flujo de liquidez, la alta dependencia del apoyo del gobierno y la necesidad de una reforma fiscal para seguir apoyándola–, cuenta otra fuente que ha pedido el anonimato y forma parte del equipo.
Y entonces, todo cambió. La estrategia que se estaba trazando comenzó a tomar un tono más serio. En lo público, se seguiría el discurso del obradorismo; hacia adentro, en las pláticas con empresarios y en las decisiones a ejecutar, la táctica sería distinta. Habría que hacer algo diferente con la petrolera, pues su situación es financieramente insostenible.
Hasta el cierre de esta edición, Claudia Sheinbaum lideraba prácticamente todas las encuestas y tenía una gran probabilidad de hacerse de la presidencia. Como sea, el Pemex que se le dejará a la próxima administración nada cambiará dependiendo de los resultados de este 2 de junio.
La próxima presidenta heredará una petrolera “operacionalmente peor el día que Andrés Manuel López Obrador deje el cargo, aunque también lo hará con una deuda que ha bajado un poco, un punto positivo”, dice Aaron Gifford, analista de T. Rowe Price, una de los principales tenedores de deuda de Pemex. “Lo que ha sido peor es la cantidad de apoyo gubernamental que se ha tenido que comprometer con la compañía para mantenerla a flote”.
Quizá el mayor logro del obradorismo –en materia energética– será dejar un Pemex menos endeudado, con un pasivo de 101,499 millones de dólares –con datos al finalizar el primer trimestre– que le ha costado a la Secretaría de Hacienda un presupuesto gigantesco en cuanto a inyecciones de capital, después de haber llegado a una deuda récord que superó los 113,000 mdd en 2020.
Así, también deja una petrolera anclada a la ayuda gubernamental y con bonos que cotizan por debajo del grado especulativo. El obradorismo quiere dejar a la estatal con una deuda de 94,500 mdd antes de terminar el sexenio, lo que la devolvería a niveles cercanos a 2016.
“Creo que nos quedaremos con un Pemex que, a pesar de los apoyos gubernamentales, las agencias crediticias lo perciben como un gran riesgo para la próxima administración, por el temor de que ahogue al gobierno federal en términos de bajar su nota crediticia”, dice Pablo Medina, Head of New Ventures de la consultora Welligence.
Los pasos a seguir
Hay un factor que preocupa en general a los analistas y a las calificadoras, independientemente de quién gane las elecciones: las finanzas públicas y la necesidad de una reforma fiscal para continuar apoyando a la compañía. Pemex aún no podrá sola.
Entre 2025 y 2027, la petrolera deberá cubrir al menos 53,000 mdd en amortizaciones. Siguiendo como base el trayecto de flujo de liquidez de la estatal, esta aún necesitará el apoyo gubernamental.
“La empresa está tan endeudada que difícilmente, por cuenta propia, podría salir adelante. Entonces, este apoyo que el gobierno le brinda tendrá que seguir. Yo, desde mi punto de vista, pensaría que esto deberá ser al menos durante todo el siguiente sexenio”, dice el jefe de Análisis de un banco que tiene deuda de la petrolera, pero que no puede ser citado por reglas bursátiles.
Hace unos meses, uno de los consejeros de la petrolera, Lorenzo Meyer Falcón, planteó que la deuda de Pemex debería volverse pública, es decir, que fuera absorbida por el gobierno mexicano. La propuesta causó una enorme controversia. Pero hay quienes creen que no se trata de una mala idea.
“Suena muy controversial. Pero creo que vale la pena discutir el hecho de que el gobierno de México absorba parte de la deuda de Petróleos Mexicanos, obviamente, con condiciones. Sé que es controversial en términos políticos, pero quizás el mercado sea algo que le dé la bienvenida”, dice Adrián Duhalt, académico de la Universidad de Columbia, en Nueva York.
“Pero una vez que llegues a la elección y gane quien gane, y quien acabe siendo secretario de Hacienda le haga las cuentas y se deje de cuentos también, verán que esta situación requiere un cambio y ese es, probablemente, que Pemex deje de malgastar dinero en actividades que no tienen mucho sentido”, dice Medina, de Welligence.
La nueva administración de Pemex también tiene algunos proyectos en puerta que podrían aliviar sus finanzas, pero que representarán un enorme reto. Le espera la producción del campo Zama y del activo de aguas profundas Trión –ambos en conjunto con la iniciativa privada– que deberían llegar en el siguiente sexenio; la puesta en marcha de la refinería Olmeca, en Tabasco, que aún no tiene fecha de inicio de operaciones comerciales y el reto de continuar administrando Deer Park. Este último quizás es el gran salvavidas de las finanzas de la estatal. Produce más ingresos que toda la filial de Pemex Transformación Industrial.
“Sin duda, el mayor reto será encontrar una manera de mejorar el flujo de caja libre de Pemex para que la compañía no sea un lastre para las finanzas gubernamentales. Esto es importante porque el nuevo gobierno tendrá que implementar un ajuste fiscal relativamente considerable (hasta el 3% del PIB), al tiempo que tendrá que comprometer mucho capital para apuntalar a Pemex”, dice Gifford, quien analiza la petrolera desde una perspectiva gubernamental.
¿La ruta verde?
Por donde sea, el Pemex del próximo sexenio no puede ser el mismo que dejará el obradorismo, dicen todos los analistas. En los planes de Xóchitl Gálvez y de Claudia Sheinbaum coincidían puntos como adherir la vertical de hidrógeno, que produzca energía limpia, aumentar la capacidad de cogeneración de las refinerías y que se adentre en el negocio del litio –uno que no ha podido despegar en el sexenio.
La primera candidata hablaba de un cambio radical, de llevar a la estatal a ser una empresa de energía más allá del petróleo e, incluso, de un cambio de nombre. La segunda, más mesurada y descartaba cualquier cambio de identidad de la compañía, pero sí pidió a su equipo un plan para que la empresa logre las cero emisiones en 2050. “De ganar ella, establecería el segundo piso y eso quiere decir energías renovables, eficiencia energética y seguridad energética”, dijo Jorge Islas en una entrevista en abril pasado.
Pero, para los analistas, esos son temas que se deben hablar mucho más adelante. Ambas candidatas, dicen los entrevistados, estaban corriendo en estos planes. “Con 80 años de experiencia, a Pemex le ha costado tanto trabajo lidiar con el tema del petróleo. ¿Qué nos haría pensar que Pemex puede ser tan eficiente para, mágicamente, operar y competir en el sector de renovables?”, señala Medina.
Hay un paso antes y una deuda que Pemex debe saldar: mejorar sus criterios ASG. Ese, dicen los analistas, es el mejor mensaje que podría dar una nueva administración a los mercados. El peor sería una continuidad casi en absoluto.
El primer paso, opina Duhalt, debe basarse en reducir la quema de gas natural o metano –uno de los mayores gases de efecto invernadero–, una deuda fuerte de la petrolera con el medioambiente.
Un punto al que los mercados ya están atentos es quién será el próximo CEO de la petrolera. Ninguno de los candidatos ha puesto un nombre en la mesa, aunque en los pasillos del sector ya se escuchan algunos. Los analistas dicen que si la petrolera quiere tener mejores resultados en el sexenio, debe poner como punto importante la persona que la dirija.
Consideran que debe ser alguien que tenga experiencia en el sector petrolero, incluso con experiencia internacional, que no entienda a Pemex desde el punto de vista de una petrolera con 70 años de control del Estado, sino con la visión de una compañía que compita en el mercado. “Como sea, creo que el próximo gobierno necesita centrarse en la rentabilidad sobre la ideología”, dice Gifford.